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Cuando el machismo parece indesctructible

Llegó un lunes por la mañana a clase y me dijo algo que para mí fue inaudito, viniendo de un chico de 17 años, con el que había mantenido encarnizados debates acerca del respeto hacia las mujeres y las relaciones sexuales. En los talleres de sexualidad que imparto con mi alumnado, me encuentro muchas situaciones complicadas de falta de educación afectivo- sexual, falta de respeto por el otro/a y una ignorancia extrema en algo tan básico e importante como las relaciones humanas. Los debates con él eran siempre verbalmente violentos, presumía de tener muchas relaciones sexuales, de esas de cada fin de semana una y de las que llegaba jactándose  los lunes. No le importaba ni ponerse protección, ni pensaba en la chica con la que estaba. Él solo pensaba en satisfacer su instinto y su necesidad de sexo esporádico. Hablaba de las chicas con desprecio y las había cosificado absolutamente. El trabajo que tuve que hacer con él, como profesora, fue excepcional. Un adolescente machista y asentado en ese machismo, en parte por influencia familiar, era un adolescente complicado.

Ese lunes, me buscó y vino a darme los buenos días y a decirme que tenía razón, que las chicas también merecían disfrutar de las relaciones sexuales y que ese fin de semana y aunque suene extraño, se había acordado de mi y había hecho bien las cosas. Recuerdo que el resto de la clase se rio de la situación: "sales un fin de semana, ligas y te acuerdas de la profe de filosofía?, estás muy mal!!"

¿Cómo lo conseguí? Para mi, esto de educar es un entrenamiento: siempre de menos a más. Primero discutíamos, violencia verbal incontrolada, me faltó incluso al respeto y nunca le expulsé ni le puse un apercibimiento ( no sirven para nada y él había llegado a esa situación por alguna carencia educacional). Empecé a hablar su mismo lenguaje. Quizá no suene muy pedagógico para quien lea esto, pero a veces es necesario hablar el mismo lenguaje. Dándole una charla moralista, ya había fracasado y entonces entré de lleno. Me aceptó como igual y entonces lo que yo decía era fiable para él. Me gané su respeto y su cariño. Empezó a escuchar y dejó de gritarme porque, según él, días atrás, "yo estaba equivocada", él salía a pasarlo bien y yo no tenía ni idea de divertirme. Dejé de prestarle toda la atención que como machito reclamaba y dejé de darle charlas sobre la moralidad y el respeto. Me tomé algunos cafés con él fuera del instituto, es algo que hago con frecuencia para solucionar conflictos. Y funcionó.

Hoy somos amigos, él ya tiene 21 años, hablamos de vez en cuando y me da un abrazo apretado cuando nos despedimos. Y todavía nos reímos de lo mal que nos llevábamos y de lo mucho que aprendimos.

SOBRE RADICALISMO

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